miércoles, 4 de mayo de 2011

El dermatólogo

Ayer tenía cita con el dermatólogo. Como iba enchufada me dijeron que llegara un poco antes de las cinco y que me cogería la primera. Me dieron como dirección el Hospital Clínico de Madrid, y allí empezó mi periplo.

Cuando llegué al hospital había en la entrada un cartel enorme por el que, debido a que están en obras, te recomendaban la puerta por la que tenías que entrar. La mía, no podía ser de otra manera, estaba en el otro lado. Llegué ahí y la puerta cerrada, al igual que todas por las que había pasado antes. Así que volví al punto de partida. Cuando entré, vi un punto de información y decidí que más valía preguntar e ir directa porque ya eran menos diez. El de información me dijo que no había consultas por la tarde, pero yo, muy segura de mí misma, le insistí que tenía hora a las cinco, así que me dijo que subiera a la segunda planta y al final de tooooodo el pasillo encontraría dermatología. Después de tener algún "problemilla" con el ascensor y recorrer entera la planta equivocada, llegué a mi destino. Todo cerrado. Me encontré a un médico, residente, celador o parecido (todos llevan ese uniforme azul tan horrible) que me repitió lo que me habían dicho abajo, por la tarde estaba cerrado, debía ser, me dijo, en las consultas de la facultad. Le dí las gracias y volví a la planta baja por otro camino que me indicó. Me encontré otro centro de información. La mujer que estaba ahí, después de buscar mi nombre en el ordenador a pesar de que yo le dijera que no lo iba a encontrar, me dijo que yo no tenía cita. ¡Ya lo sabía! Así que no podía ser ahí, que sería en el edificio de enfrente que era un centro privado.

Crucé la calle, entré, volví a recorrer miles de pasillos y llegué a dermatología. Mientras iba buscando la puerta donde pusiera el nombre del doctor al que yo iba, me salieron al paso dos médicos. Les pregunté por el doctor y me dijeron que sí, que eso era dermatología, que ellos eran dermatólogos, pero que ese doctor que yo buscaba no trabajaba ahí, que tenía una consulta privada pero no sabían la dirección. El médico que me lo contó era bastante guapo y de lo harta que estaba, estuve a punto de decirle que me mirara él el maldito lunar. Pero como estoy en este estado zen de no meterme en líos, recogí velas, le di las gracias y salí del edificio.

Eran ya las cinco y cuarto y yo no tenía ni idea de dónde me esperaban desde hacía media hora. Llamé a la persona que me enchufó: buzón de voz. Busqué en Google y ahí estaba, mi dermatólogo, con dirección y teléfono. Llamé y expliqué a la recepcionista quién era y qué me había pasado. Entre risas me dio la dirección, cogí un taxi y me planté ahí una hora tarde. Por fin me recibió el dermatólogo, y en 10 minutos, no más, me dijo que no me preocupara el lunar, que no había que quitarlo. Es decir, que para 10 minutos había tardado dos horas en llegar y me había recorrido los pasillos de dos hospitales, no está mal ¿eh?

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