miércoles, 29 de septiembre de 2010

El atontamiento

El atontamiento está sobre valorado. Tengo un amigo que está empezando a salir con alguien. La cosa empezó de manera fácil, sin complicaciones ni escenas de películas románticas. Está muy bien con ella y parece que todo marcha, pero él no acaba de estar seguro ¿por qué? Porque según él, cuando, en otras ocasiones, se ha enamorado siempre se le ha puesto cara de tonto y ha hecho tonterías suficientes como para que yo llorara de risa. Ahora, me cuenta, me dejo llevar.

¿Te dejas llevar? ¡Y luego soy yo la que se supone que he visto demasiadas veces "Orgullo y Prejuicio"! No es dejarse llevar, es que ya no tenemos 16 años y hemos madurado. Lo cierto, además, es que yo lo prefiero. Cuando estás en esa franja de los 16 a los 30, crees que con que el corazón te vaya a 100 por hora es suficiente, es amor. No importa que él no tenga nada que ver contigo, que tengáis discusiones absurdas o que no te trate como debería. Da lo mismo, tú te crees enamorada y ya está.

A partir de los 30, cuando empiezas a salir con alguien, quieres que las cosas vayan suavemente, de manera natural y sin complicaciones. Quieres estar tranquila y saber que esa persona no te va a fallar ni te va a hacer daño. Quieres tener con él una concepción de la vida parecida y algo en común. Por supuesto, el tener el gusano en el estómago es importante, pero de ahí a que tu cara sea la representación de la cursilería....

En fin, creo que me he convertido en una racional irremediable y sin curación posible. Que pena, ¿verdad? Con lo mucho que os he hecho reír a algunos, pero ahora prefiero mis listas de pros y contras, sorry.


martes, 28 de septiembre de 2010

Adiestrar a un marido

Hace unos días, en un dominical, me encontré con un artículo que se titulaba "Adiestrar a un marido". Sí, sí, adiestrarlo. Evidentemente, lo leí de cabo a rabo. Según una periodista norteamericana, ella salvó su matrimonio con técnicas de entrenamiento animal. Te da cinco pasos para convertirlo en un ser dócil y manejable.

Paso 1: Fomenta el comportamiento que deseas y asegúrate de recompensarlo. En fin, que cada vez que saque la basura dale una golosina e irá todos los días. (Ya, ya... eso quiero yo verlo) Pasemos al segundo paso: Ignora las actitudes que no te gusten. ¡Pero bueno! Es decir, que te comas las ganas de matarlo cuando llegue dos horas tarde y no te pida ni perdón. Paso 3: Sé más flexible y creativa. Aquí voy a copiar exactamente la explicación que da porque sino no lo vais a creer: "Si una técnica que estás empleando no funciona, trata de hacerlo de otra manera. Y recuerda la frase de los entrenadores: nunca es culpa del animal." No hace falta añadir nada más ¿no? Paso 4: Da pequeños pasos. No puedes pretender cambiarlo de golpe e insiste en que le recompenses cualquier pequeño cambio que haga. Y paso 5: No te tomes las cosas a pecho. Es decir, no te enfades.

Comparar a los hombres con animales domésticos ya me parece pasarse bastante de la raya, pero que encima te digan que nunca es culpa suya, que no te enfades cuando te haga una faena, pero eso sí, que cuando haga algo que es obvio que tenía que hacer tú lo recompenses, ya es increíble. Por lo visto, a ella le funcionó con su marido. ¿Sabe su marido que ella le considera un animal y la técnica que empleó? Seguramente sí, pero claro, viendo en qué consistía la técnica ¿para qué quejarse?

La ratita presumida

El otro día, mi sobrina con dos años y medio se me acerca con un cuento y me pregunta ¿me lo lees?. ¡Claro! Veo que trae "La ratita presumida". No recordaba muy bien de qué iba, algo de que encontraba dinero y un gato, así que me pongo manos a la obra para recuperar parte de mi infancia. ¡Casi me da algo! ¿Pero qué estamos enseñando a los niños? ¿Y qué nos enseñaban a nosotras?

Para los que, como a mí, no lo recordabais, ahí va el resumen. La ratita presumida se encuentra una moneda y tras pensar qué hacer con ella, decide gastársela en un lazo para estar más guapa y así encontrar marido. Sí, sí, el cuento dice explícitamente eso. ¿A qué ya estáis flipando? Pues la cosa va a más. Lo del lazo da resultado y empiezan a pasar por delante de su casa los pretendientes. A todos va diciendo que no, al pato porque no le gusta su voz, al gallo porque le parece orgulloso, al pobre cerdito porque, y esto vuelve a ser literal, ella opina que es muy fina para que la llamen cochina. Yo, en ese momento casi me da algo, así que busqué la mirada de la madre de la criatura a la que le estaba leyendo, que me la devolvió diciendo, "Lo sé, lo sé, pero ¿qué quieres qué le haga si es el cuento que le gusta? Bueno,yo sigo leyendo. Finalmente, la ratita se decide por el gato que, evidentemente, después de la boda, intenta comérsela. La ratita tiene suerte y detienen al gato a tiempo. La moraleja final que te dan en el cuento es que no te puedes fiar de las apariencias.

Primero de todo, me parece increíble que te digan, cuando eres un retaco, que la función de estar guapa es encontrar marido. Luego no explican qué pasa realmente en la boda, sólo que el banquete fue maravilloso. ¡Claro que fue maravilloso! Sobre todo para loa amigos del novio, que se debieron poner las botas con las amigas de ella. Y finalmente, acaba que se lo llevan detenido. No explican que saldrá dentro de cuatro días para volver a atacar a la misma o a otra ratita.

Vale, sé que es un cuento infantil, pero quizás habría que revisarlos un poquito ¿no? Y, ya de paso, sacar alguno de ellos de la circulación.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El orden de los factores...

Dicen que las matemáticas son las ciencias exactas. Exactas, exactas... yo no diría tanto. Bueno, vale, las matemáticas y yo nunca hemos sido amigas, aunque se me dé bien el cálculo, jamás entendí una derivada. A lo que iba, las matemáticas tienen leyes, en teoría, inalterables. Bien, pues yo he descubierto algún que otro fallo en algunas de ellas. ¿Seré la futura Einstein? (No te pases, no te pases). Ahí van dos de mis teorías.

El orden de los factores, sí altera el producto, y ¡de qué manera! Alguna vez me han preguntado que es lo que pido a un hombre y siempre respondo que, entre un millón de cosas, hay tres que no pueden faltar: que sea buena persona, que me quiera y que me haga reír. Esas tres son esenciales y por ese orden. Prefiero a una buena persona que no me quiera, que una mala persona me quiera muchísimo. El hecho de ser buena persona (aunque no te quiera) hará que nunca intente hacerte daño. Pero una mala persona (por mucho que te quiera) te matará a disgustos.

Otra de mis teorías es que no siempre 18 es 16. Ayer estuve haciendo una lista de pros y contras sobre un tema en particular que prefiero no explicar ahora. Me salieron 18 pros y 16 contras. Y pensé "aaaahhh, mira, pues está clara la decisión." Pues no, porque entre esos 16 había uno que era insuperable. Ni los 18 pros juntos podían contra ese punto negativo. Así que sí, la decisión estaba clara, pero no como las matemáticas me aconsejaban.

Si leyera esto mi profesora de matemáticas del colegio tendría un suspenso seguro pero como no lo lee (que yo sepa) y además ya no puede ponerme nota, insisto en mis teorías.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Mejor poder salir...

Siempre he pensado que es mejor poder salir a impedir que entren. Muchísima gente se encierra dentro de su casa para intentar evitarlo, lo entiendo, pero yo siempre he creído que es mejor tener una vía de escape, al fin y al cabo, si quieren entrar lo harán de todas formas. Ésta es una de las discusiones que tengo con mi madre. Ella se encierra a cal y canto y cuando somos "compañeras de piso" no me queda más remedio que encerrarme yo también. Pero ¿y si hay un incendio?

Las comparaciones son odiosas, pero pasa lo mismo con las relaciones. Yo no tengo problema en que entren personas nuevas en mi vida, siempre y cuando tenga una salida de emergencia cerca. Y lo reconozco, la utilizo a menudo.... En cuanto me parece que en vez de entrar, invade, parezco el Correcaminos y no paro hasta que el Coyote se ha cansado de perseguirme. En cambio, hay gente que, simplemente, no dejan entrar y punto. Conozco a alguien que me dijo que es mejor no sentir nada que sentir dolor, ¡uuuuuuyyyyyy qué tristeza! Pero él está contento con esa actitud que ha tomado en la vida así que ¿quién soy yo para criticarlo?

jueves, 23 de septiembre de 2010

El complicómetro

Este verano alguien me contó lo del complicómetro. Estábamos hablando de la vida en general y me dice muy serio: te complicas la vida. ¿Yooooo? Pero si no puedo llevar una vida más sencilla, sobre todo este verano que he estado de un tranquilito... Pero él insiste y me lo explica: resulta que todos tenemos un complicómetro, escondido en alguna parte y puesto en marcha y que hemos de encontrarlo y apagarlo. Si no, no hacemos más que dar vueltas y más vueltas a problemas absurdos o con soluciones delante de nuestras narices. Puede ser, puede ser que tenga ese aparatillo molesto. Tendré que buscarlo, supongo, pero no tengo ni idea por donde empezar... empezaré por la cabeza que es lo más desordenado que tengo.

De ahí, pasó a querer organizarme la vida, y es donde tuvimos problemas. Me preguntó que me preocupaba, le contesté y en seguida (¡hombre tenía que ser!) me dijo lo que tenía que hacer, que, por cierto, no era viable según mi punto de vista... Más tarde me preguntó que planes tenía de futuro ¿planeeees? Yo le contesté que era mejor no hacer grandes planes a largo plazo ya que la vida da muchas vueltas y te los cambia de golpe. Lo máximo que llego es en agosto pensar en septiembre y ahora pensar en octubre... y aún así ¡no doy abasto!


miércoles, 22 de septiembre de 2010

El corte de pelo

Sonará superficial, pero para una mujer, cortarse el pelo es una acción que requiere planificación y estudio. Yo, por no planificarlo ni estudiarlo me pasó lo que me pasó...

Día de playa con mi madre. Salgo del agua, me desenredo el pelo y mi madre me dice: lo llevas demasiado largo. Para eso están las madres, para decirte cuando llevas el pelo mal o lo que te has puesto te sienta como una patada, (están para muchas más cosas, pero esta es una de las importantes). Entonces añade: si quieres, esta tarde, te lo corto. Yo me reí y me acordé de cuando me lo cortaba de pequeña. No, no, no.... ya no tengo 6 años... De vuelta a casa, me lavé el pelo, y en un momento de debilidad madre - hija (que todas los tenemos) le pregunté si realmente se veía capaz de cortármelo y de hacerme el escalado de delante. Mi madre asintió muy segura de sí misma, así que llevamos una silla y unas tijeras a su cuarto de baño y le dejé cortar. "Sólo las puntas, ¿eh?" le repetí por quinta vez. En fin, como si hubiera nacido peluquera me cortó media melena, porque tenéis que reconocer que darle unas tijeras a una peluquera es peligrosísimo, siempre cortan dos palmos más de lo que tu quieres. Entonces me fui a mi baño y me sequé el pelo para ver el resultado... Aaaaaaaaagggggghhhhhh!!! ¡Parecía un perro de aguas! Mi madre se sintió fatal porque no había manera de ver algo positivo en mi cabellera.

Después de 24 horas con el pelo recogido para que no se viera el desastre, bajé a la peluquería. Había bastante cola, pero yo no me podía permitir el lujo de decir "ya volveré", así que esperé una hora. La peluquera, sólo llegar y explicarle porque iba, lo entendió perfectamente, igual que el resto del personal y clientela. Como mi madre suele ir a esa peluquería (yo no había ido en la vida) no dejé ni que me hicieran ficha, ni siquiera dije mi nombre, para que no me relacionaran con ella y no la miraran raro cuando volviera. Hubo un momento de tensión como vi a un amigo entrar, me saludó, pero tuvimos suerte y no dijo nada sobre mí o mi madre que pudiera dar una pista.

La peluquera empezó a arreglarme el corte y, de pronto, me dijo "tu madre es una artista, incluso lo ha intentado con el escalado". Mi madre es muchas cosas increíbles, entre ellas, es cierto, una artista, pero como peluquera...

martes, 21 de septiembre de 2010

Los intermitentes

Hay un tipo de hombres que son intermitentes; los conoces, te piden el teléfono y en seguida te envían mensajes y te llaman durante tres días. De pronto, al cuarto, no sabes porqué, no hay noticias. Y pasa un día, y otro, y otro... hasta una semana y sin saber tampoco porqué, vuelves a recibir mensajes. Y no un mensaje de qué tal estás... no, es un mensaje detrás de otro, e incluso a veces hasta te llama. Y tu, mosca, ¡claro!

No entiendes nada. Vamos a ver ¿tiene o no tiene interés? Ni idea... hay días que parece que sí y hay días que parece que ni siquiera sabe que existes. Yo no digo que llame todos los días (en realidad me encantaría, pero no vamos a pedir peras al olmo) pero un poco de consistencia sí. No se puede enviar 7 sms un día y después estar callados durante una semana porque nos volvéis locas de remate.

Yo he optado por una nueva actitud: el pasotismo total. Si llaman bien, y si no, también. Si veo que estoy demasiado pendiente del móvil durante más de una semana y éste no suena... en fin, optó por espantarlo yo misma... así ya no tengo que esperar que llame porque soy consciente de que no lo hará. A algunos amigos míos les espanta esta nueva filosofía, pero de momento, me funciona.

lunes, 20 de septiembre de 2010

El anuncio Amstel

Me ha dado por la publicidad. Bueno, más bien en fijarme más atentamente en los anuncios. Antes no les prestaba demasiada atención, la mayoría de las veces ni siquiera sabía lo que anunciaban, pero últimamente eso ha cambiado y vaya con los "mensajitos" que envían.

Por ejemplo, el anuncio de Amstel. Empieza bien, diciendo varias verdades; que hay una barrera entre hombres y mujeres y que les gusta elegir la película, el fútbol y que hablan mirando el móvil. Pero, en vez de arreglarlo, acaban gritando: ¡Pero lo que más nos gusta sois vosotras! Sí, sí parece estupenda esta última frase. Y lo es, si no levantaran la botella de cerveza como si fuera una bandera. Lo entiendo, están anunciando cerveza, quieren vender cerveza, pero para eso ¿tienen que dar esa "sutil" comparación entre nosotras y la cerveza? Al menos Homer Simpson lo hace directamente.

Os explico. En un capítulo de los Simpson, Bart se enamora y pregunta a su padre sobre mujeres. Yo pienso lo mismo, ¡mira que preguntar a Homer Simnpson! Pero, angelito, es su padre... En fin que su padre le suelta la siguiente frase: las mujeres son como la cerveza; huelen bien (ejem, ejem) saben bien, pisotearías a cualquiera por una y te las quieres beber todas. ¡Toma ya! ¡Y se queda tan ancho! El único consuelo es que lo que más le puede gustar a Homer Simpson es una cerveza Duff... Pero no consuela demasiado ¿verdad?

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Un anuncio para tíos

Este verano ha habido una campaña de Burger King que como mínimo me parece curiosa. Decían que si querías saber que es lo que los "tíos" querían ver en un anuncio fueras a unanuncioparatios.com. Intrigada entré en la web. El título era el siguiente: "Proyecto chicken tendergrill. ¿cómo hacer que los tíos se interesen por el pollo a la parrilla?" Ya de por sí el título me pareció flipante.

Luego te explican que un grupo de mujeres ha hecho un anuncio para tíos. Te sale el "making off" en el que las mujeres preguntan a varios "tíos" que es lo que les gustaría ver en un anuncio. No sé si es real, lo dudo bastante, pero sí es sorprendente. Uno quiere explosiones, otro unicornios (sí, sí, unicornios), otro bárbaros y ninjas y heavy metal y... ¡Eso es lo que responden cuando les preguntan que les gustaría ver en un anuncio de una hamburguesa de pollo! Y luego queremos que las respuestas que nos den a nosotras tengan sentido...

Finalmente puedes ver como queda el spot con todas las peticiones, porque las ponen todas; las explosiones, el unicornio, los bárbaros, los ninjas... Si eso es lo que les va a hacer que se interesen por el pollo a la parrilla, ¡qué habrá qué hacer para que se interesen por lo que nosotras queremos! Mejor no saberlo...




martes, 14 de septiembre de 2010

Zapping

¿Qué tienen los hombres con el zapping? En cuanto sale un anuncio empiezan a pasar todos los canales hasta que encuentran otro programa que les interesa. Tengo un primo que es capaz de ver a la vez dos películas, un partido de fútbol y una serie. Cada vez que en uno de los canales ponen anuncios se pasa a otro y así puede estar toda la tarde. Sinceramente, no sé como puede seguir ninguno de ellos. ¡Y luego dicen que no pueden hacer dos cosas a la vez! Para lo que les interesa, ¡y tanto que pueden!

Yo, en cambio, aprovecho los anuncios para hacer cosas; hago esa llamada que tenía pendiente, voy a por agua o pico algo en la cocina, incluso, muchas veces, me hago la manicura (sí, me da tiempo, con la cantidad de anuncios que ponen, me da tiempo de sobra). Es más, aunque me encanta que en Tve no pongan anuncios porque así veo una película entera por la noche (es que a partir de las 10.30 empiezo a dar cabezaditas y si hay anuncios me retiro a dormir en la cama que siempre es más cómodo que el sofá) también me fastidia el estar sentada durante más de hora y media sin moverme.

He de reconocer que también las hay que les encanta el zapping pero he descubierto que es una costumbre más masculina que femenina. Por eso creo fundamental, si compartes casa con un hombre, tener dos teles, así cada uno hace con el mando lo que quiere, yo lo dejo descansar mientras que él lo quema.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El ascensor

El ascensor es uno de los inventos más prácticos que existen, cierto, pero exige un peaje. Para empezar la luz. ¿Quién decidió que los ascensores debían tener esa luz tan mala que te hace parecer un zombie? Te arreglas para salir, te maquillas, te miras en el espejo y piensas "bastante bien". Sales por la puerta, entras en ese metro cuadrado, te miras en el espejo y piensas "¡soy una más de la familia Adams!"

Luego, además, están los compañeros de viaje. Yo tengo bastante suerte porque no suelo encontrarme a mis vecinos en el ascensor. Es evidente que llevamos vidas muy distintas. Pero de vez en cuando coincido con alguno y entonces, medio sonrío, saludo y, como no quiero dar conversación, me quedo mirando al suelo, al techo... cuando lo que querría hacer es mirarme en ese maldito espejo. Ni siquiera puedo disimular con el móvil porque todos en mi escalera sabemos que no hay cobertura.

Basta que te llegue esa llamada que llevas esperando toda la semana, para que te pille llegando a casa y tengas que entrar en el ascensor. En un primer momento te quedas en la portería hablando, hasta que ves al cotilla de tu portero con la antena parabólica desplegada. Entonces decides decirle al del otro lado de la línea que espere un minuto, el tiempo que tarda el ascensor en subirte a casa. Es un minuto, pero es el minuto más largo de toda tu vida. Cuando por fin sales del ascensor y vuelves a tener cobertura, te lanzas el móvil a la oreja esperando que no se haya cortado ni que el otro se haya cansado de esperar y haya colgado.

Finalmente están los olores. Desde ese perfume intenso de una vecina mía que parece que se bañe todas las mañanas con aromas de todas las flores que existen, hasta el vecino que fuma puros y sube al ascensor sin apagarlo por más que nos quejemos el resto de la escalera. Lo sé, debería entonces planteármelo y subir andando pero para castigarme ya pago un gimnasio.




viernes, 10 de septiembre de 2010

Algo bonito

Resulta que ahora tengo peticiones. Sí, sí, peticiones. Alguien me pidió ayer que escribiera algo bonito sobre él. No me importa porque me cae bien y sí puedo decir cosas bonitas, menos mal ¿no? Aunque me produce cierto apuro, además ¿y si entonces me lo pide alguien de quien no tengo buena opinión? Por suerte, esta vez no es el caso, pero por favor, no me lo pidáis más porque corro el riesgo de o mentir como una bellaca o no decir nada bonito...

Conozco a esta persona desde hace bastante tiempo y, aunque en general nos llevamos bien, hemos tenido nuestros más y nuestros menos. Lo que le hace especial es que no es rencoroso y el enfado le dura medio minuto si llega... y eso que a veces mis manías son un poco irritantes (claro que él también las tiene...). No entiende que borre las fotos en las que yo salgo o que mi gusto gastronómico casi se reduzca al menú de niños. Pero, por otro lado, entiende que sea callada, que observe mi alrededor como si yo no formara parte de él y que no sea la mujer más social del mundo. Es un poco distraído y un desastre para recordar los cumpleaños pero es generoso y divertido. No es susceptible y sabe encajar una broma o una crítica (a los amigos también hay que criticarlos constructivamente cuando ves que están metiendo la pata) y, aunque a veces no diga la palabra adecuada, nunca tiene mala intención.

En fin, podría decir más cosas, pero me de momento me las guardo, tampoco hay que dar tanta coba. Ahora le tocaría a él decir algo bonito sobre mí ¿no creéis?.

jueves, 9 de septiembre de 2010

El aludido

Este verano alguien me dijo que seguía mi blog, que lo leía todos los días. Me sentí halagada y más porque es un hombre y, en fin, no siempre les dejo muy bien. Luego añadió que aunque le gustaba cómo escribía, a menudo tenía ganas de llamarme para explicarme lo equivocadísima que estaba. Puede ser, como le dije, que quizás no era su realidad, pero, definitivamente, sí era la mía. De pronto añadió: y en muchos casos me he sentido aludido. Ahí se me escapó una carcajada. En realidad, no había pensado en él en ninguna de las entradas, y puede que eso hiriera un poco su ego masculino (algo que tienen tan sobrevalorado). En general, de los que hablo, saben que hablo de ellos porque les comento antes que pienso hacerlo. Bueno, vale, no siempre, pero casi siempre lo comento.

En fin, que como vi que tenía ganas, aquí está. Esta entrada está dedicada enteramente a él. Ahora sí que puede darse por aludido. Si hay más aludidos entre los que me leen, por favor, que me lo digan y les aclararé si realmente hablo de ellos o no. No quiero malentendidos porque alguien se sienta nombrado y no en las mejores circunstancias.

Al aludido en cuestión no le pregunté en que entradas se sentía identificado, es algo que me ha quedado pendiente, porque, la verdad, no siendo cierto, tengo curiosidad. Sobre todo porque puede que descubra algo de su personalidad con lo que no contaba. A veces descubres cosas de las personas de la manera más sorprendente.

martes, 7 de septiembre de 2010

La playa

Primer día de vacaciones. Emocionada cojo mi bolsa de la playa y una toalla y me voy a dar el primer baño de sol y mar. Llego a la playa y aún es pronto así que no está demasiado llena. Alquilo una tumbona y una sombrilla, enchufo mi ipod y me dispongo a pasar un día de relax. Mientras me estoy secando tras haber nadado un poco, veo como se acerca una familia; papá, mamá, dos niños, un bebé y la abuelita (seguramente la madre de ella que ha venido para ayudarles con los niños).

Llevan 100 bolsas de tamaño samsonite extra large más una sombrilla y el carrito del bebé. De pronto, me doy cuenta que justo delante de mi tumbona hay un espacio. ¡Qué no lo vean, qué no lo vean, por favor!¡ Aaaaghh!! ¡Lo han visto! Y empiezan a instalarse. Papá pone la sombrilla de miles de colores, flores y más adornos y mamá empieza a extender las toallas alrededor de ella. Luego se dedica a preparar a los niños para el día de playa, es decir, los desnuda completamente y los unta en crema, les da palas y cubos suficientes para llegar al centro de la tierra y los manda a la orilla. Ahora le toca al bebé. Lo saca del carrito y lo deja con el pañal. El niño empieza a llorar; tiene hambre. Así que, ni corta ni perezosa, se saca la camiseta, se quita la parte de arriba del biquini y le da de comer. Mientras, la abuelita, que ha sacado la nevera, las patatas y las aceitunas, se saca el vestido. Lleva bañador entero, menos mal. ¡Ay, ay, ay! Se quita los tirantes y se enrolla el bañador en la cintura. ¡Señora, por favor!, me dan ganas de gritar, pero es que en ese momento se me va la vista a papá. Se está sacando las bermudas y lleva un speedo. ¡Noooo!
Mamá, una vez ha calmado al bebé y lo ha dejado medio grogui sobre la toalla, le saca una cerveza a su marido y se pone a leer una revista de cotilleos.

Yo decido tumbarme con mi ipod para no tener que ver nada más. Empiezo a tener hambre y pido un sandwich y un poco de sandía. Cuando me lo traen, me siento en la tumbona para disfrutarlo. Entonces veo a mis vecinos, también tienen hambre. Empiezan a sacar de la nevera bocadillos del tamaño de un obús y cada vez que desenvuelven uno de ellos, me llega un olor intenso no sé a muy bien qué, intento adivinarlo. ¡Son de calamares con alioli, de chorizo o sardinas! ¡Menudo surtido! De la nevera salen más patatas, más aceitunas, cervezas, coca-colas para los niños, helados... Hay más comida ahí que en la nevera de mi casa.

Decido marcharme. He tenido ya bastante para el primer día. Necesito llegar a casa y recordar que estoy de vacaciones en la playa para que mis ojos empiecen a habituarse a la vista.

lunes, 6 de septiembre de 2010

De vuelta

Estos días los telediarios no dejan de comentar los síntomas de la depresión post-vacacional. No me extraña. Yo, he de reconocer, me he tomado unas buenas vacaciones, cinco semanas, día arriba, día abajo. Finalmente hubo que hacer la maleta y volver a la realidad. En algún momento de ese día fatídico estuve a punto de pasar de todo y perder conscientemente un avión. Pero no, no lo hice, siempre he sido bastante responsable (vale, no siempre, pero me estoy haciendo mayor).

Despegué de un isla paradisíaca para aterrizar en Madrid, que encima, me había preparado un montón de nubes para darme la bienvenida. Era como si quisiera decirme: espero que hayas disfrutado porque yo no pienso ponértelo fácil.

Sí que he disfrutado. He disfrutado de la playa, el barco, las comilonas de cuatro horas, el vinito fresco, las partidas de cartas y de la más de media docena de libros que he leído. Este año me había propuesto disfrutar más del día y dejar la noche para dormir y recargar pilas. Excepto dos noches, el resto lo cumplí a rajatabla. Como le dije a mi madre: yo vengo sociable pero no social. Aún así, he de decir, que el verano ha resultado interesante, sorprendente y me han dado cantidad de tema para el blog. ¡Increíble!