viernes, 29 de enero de 2010

Cita a ciegas

No soporto las citas a ciegas. Me siento como un producto que hay que vender a toda costa. He tenido varias, siempre llevadas a cabo con la mejor de las intenciones, pero nunca han dado resultado. A veces por mi culpa (de la última salí corriendo) y a veces por culpa de quien la había concertado (ignorancia absoluta de la incompatibilidad de caracteres reunidos en la cita).

La cosa suele funcionar así: llegas al restaurante, bar o lugar elegido, buscas con la mirada, y ahí está. Lo observas mientras te acercas, te fijas qué bebe y si se acerca a tí para saludarte o se queda como un palo esperando a que tú llegues hasta él. Dos besos, y te pide algo de beber, aunque a veces eres tú la que tienes que luchar por conseguir la atención del camarero (¡qué habilidad tienen para no mirar nunca!).

Hablas del mar y de los peces, generalmente empiezas por hablar del que la ha concertado, luego, poco a poco, vas pasando a otros temas y, de pronto, te hace "la pregunta": ¿y tú, cómo es que estás soltera? ¡Oh no! Pues porque me da la gana es lo que siempre quiero responder, pero mi influencia británica hace que sonría y le diga cualquier respuesta estándar.

Después de cenar, viene el momento clave, ¿copa o no? Si no te la ofrece y te acompaña a casa, la cita ha sido un verdadero desastre. Pero si te ofrece tomarla, la cosa va bien. Así que te tomas una copa, y a veces hasta dos. Te acompaña a casa, dos besos, hablamos...

Y tu llegas a casa y, mientras te pones el pijama, estudias hasta cada pequeño detalle de la velada. Sabes que no volverá a llamar porque el producto (es decir tú) no le ha convencido. Y no es que tú tengas algún problema, es que las citas a ciegas fuerzan una relación. No hay opción a que quizás hayas conocido alguien agradable con quien puedas tener una amistad, sólo se contempla una posible relación amorosa. Pero en una noche no se convence nadie. Yo al menos, soy incapaz.


No hay comentarios:

Publicar un comentario