viernes, 3 de diciembre de 2010

Valentín

Valentín es mi nuevo compañero de piso. Es fantástico porque no desordena, no habla y le da igual lo que yo ponga en la tele. Está siempre sentado en el sofá sin protestar. Sólo tiene una pega, no habla pero tampoco escucha. Valentín es un hippy que me traje este verano de Ibiza. El pobrecito es feo, muy feo, pero eso hace que me inspire ternura. Mi madre no lo quería en casa porque decía que asustaría a los niños así que decidí que se trasladara conmigo a la capital.

Este verano he oído decir que hay quien compra billetes de avión a sus muñecos, Valentín viajó en la maleta porque no están los tiempos como para derrochar. ¿No os lo había dicho? Valentín es un muñeco que hace una amiga de mi portero en Ibiza. Mi madre, para devolverle un favor, ya que nos encontró quien nos alquilara un coche automático en pleno mes de agosto, se lo compró, pero luego no supo qué hacer con él, así que lo he adoptado. Más que nada porque no pide mucho (y a mí se me mueren hasta las plantas).

A Valentín no le falta detalle, las rastras, el tambor, los vaqueros con parches, las margaritas, y hasta un porro de mentira que perdió en el viaje o se lo fumó de los nervios del traslado (¡vete tu a saber!). El caso es que hace compañía, igual que siempre pongo música o la tele cuando estoy en casa para oír ruido, tengo a Valentín en el salón para que me parezca que no estoy sola. Tengo que pensar qué le regalo por Navidad, ¿le repongo el porro? Mejor no, que luego se lo fumará en casa y no soporto ese olor.

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