jueves, 24 de marzo de 2011

Psicología

Ayer conocí a una señora encantadora de El Salvador que, después de hablar un rato, me dijo que yo tendría que ser psicóloga. ¡Ja, ja, ja! ¿Pero si la mayoría de las veces no me entiendo ni a mí misma, como voy a ser capaz de comprender a los demás? Creo que se dejó llevar por el entusiasmo. Después de una cena muy agradable me preguntó mi edad y pensé que, si hasta entre nosotras nos la preguntamos, no vamos a conseguir nunca declarar la edad secreto de estado, debería ser un derecho fundamental; el voto y la edad secretos. En fin, que una vez se la confesé me dijo que si me gustaban jovencitos porque tenía un hijo soltero tres años menor que yo. Opté por reírme. ¡Qué obsesión tiene la gente con presentarme a sus hijos, primos, amigos o simple conocidos! Sonreí educadamente y cambié de tema.

Ahora que me parecía que había conseguido eliminar esa parte de mi vida en la que la gente se empeña en buscarme novio, llevo ya un par de veces en que he tenido que repetir que estoy muy bien sola, gracias. El otro día, comiendo con una amiga, lo mismo. Me habló del íntimo amigo de su marido, me lo puso por la nubes y acabó con "sois tan parecidos en vuestra forma de pensar y además os gustan las mismas cosas" Pues menudo aburrimiento si somos clavaditos, ¿no?

Vuelvo a insistir: no quiero presentaciones, citas a ciegas, o cualquier otra estrategia que se os ocurra para emparejarme. Estoy muy bien como estoy ahora como para fastidiarla.


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