viernes, 9 de abril de 2010

El filtro

Tengo una íntima amiga que es genial, estupenda y divertidísima. Sólo tiene una pequeña pega, como su madre dice, del cerebro a la boca se olvidaron de poner un filtro. La mayoría de las personas tenemos ese filtro, esa pequeña red que hace que callemos y no digamos lo primero que se nos viene a la cabeza. Esta amiga mía no, y algunas personas que conozco, tampoco.

Por un lado las envidio. Son capaces de decir aquello que tu no te atreverías nunca, o llamar a las cosas por su nombre, aunque el nombre sea muy, pero que muy, feo. Yo no soy capaz. Mi influencia británica, heredara de haber convivido con ellos algunos años, ha hecho que crea que con suavidad y buenas maneras es más fácil decir las cosas. No quiero decir que no salte de vez en cuando y diga unas cuantas barbaridades, pero luego me siento fatal y me arrepiento.

Por otro lado, tampoco me gustaría ser tan impulsiva. Además, no hace mucho, leí que el hombre es esclavo de lo que dice y dueño de lo que calla, lo que me pareció una frase muy afortunada. Yo soy de las que callan, y mucho, incluso diría que demasiado. Y aunque hay ocasiones en las que quiero gritar y decir a alguien eres un "¡#!", llegada la oportunidad, sale mi lado más pacífico y, aunque no le dedico una sonrisa, tampoco soy lo borde que debería.

El filtro es muy útil, pero también un arma contra el desahogo que todos necesitamos y merecemos. A ver si encuentro el término medio, que hay a más de uno/a al que me gustaría decirle unas cuantas cosas.

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