jueves, 14 de julio de 2011

El transporte

Sólo llegar tuve (como no) problemas con el taxista. ¿Por qué a mí? A parte de ser el taxi más antiguo y peor cuidado de la ciudad, el taxista me dejó donde a él le pareció bien, no donde yo le había pedido. Por suerte sólo tuve que cruzar la calle para llegar a mi destino. Eso sí, no he vuelto a coger un taxi.
Lo siguiente fue el metro. A su lado, el de Madrid parece el Orient Express. Está sucio y los trenes son tan antiguos que no me extrañaría nada que hubiera un señor escondido metiendo carbón en una caldera para que el tren se moviera.
Pero lo más flipante fue el autobús. Cuando entré en el metro tuve la brillante idea (a veces las tengo) de comprar una tarjeta que me sirviera para toda la semana y ¡menos mal! Porque el autobús sólo acepta como pago eso o $2.25 en monedas. Sí, sí, en monedas, no puedes pagar con billetes. Así que, o vas como si hubieras roto la hucha o llevas una de estas tarjetas maravillosas, que por cierto tengo que acordarme de renovarla mañana.
He de reconocer que voy a casi todos los sitios andando, dentro de unos límites, y así veo más cosas, pero llego agotada a casa. Hoy creo que no puedo dar ni un paso más, al menos ha sido una tarde muy interesante llena de descubrimientos que ya os contaré.

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