lunes, 5 de julio de 2010

La cocina

El otro día fui a cenar a casa de un matrimonio amigo mío. Ella había preparado el aperitivo y dejó la comida en el fuego para sentarse en el salón y hablar conmigo. Estábamos liadas charlando y le pidió a su marido que se encargara de sacar la comida. El marido, con una sonrisa, se levantó y se fue a la cocina obedientemente. Cenamos, bebimos, tomamos un helado de postre y, cuando habíamos acabado, ayudé a mi amiga a recoger la mesa.

Menuda sorpresa al entrar en la cocina. Era como si el huracán "Alex" hubiera pasado por ahí. Mi amiga no lo entendía. ¡Pero si solo tenía que sacar la comida del fuego, ponerlo en la bandeja, que ella previamente había preparado, y sacarlo al salón! Estábamos alucinadas; la cazuela, sucia con toda la grasa ya seca estaba encima de los fogones (qué costará ponerlo en el fregadero y abrir el grifo de agua caliente, ¿eh?). Los fogones estaban como si en vez de haber cocinado hubiéramos tirado petardos. Había cuatro bandejas fuera de los armarios, ya que no había visto la que su mujer había sacado y dejado al lado de los fogones, y había repasado todo el ajuar hasta encontrar una que le gustara. Había cubiertos de servir, pinzas de cocina, cucharas de madera y espumaderas por toda la cocina...

Mi amiga se arrepintió de haber pedido ayuda porque estuvimos recogiendo durante un buen rato. Pero yo creo que los hombres lo hacen a propósito. Esta amiga mía se lo pensará mucho antes de volver a pedir ayuda a su marido después del desastre de la cena, aunque lo que tendría que hacer es todo lo contrario, pedirle que cocine más y que además recoja.

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