lunes, 25 de febrero de 2013

Necesito un chupete.

El jueves cogí un tren rumbo a Málaga, otro viaje relámpago en una misma semana. Tuve mucha suerte porque fui sola, sin compañero sorpresa de viaje pero ya lo dicen... una de cal y otra de arena. La vuelta del viernes fue una injusta compensación, a mi modo de ver. Llegué a mi asiento y empezó a entrar gente en el vagón. Yo estaba atenta a ver quién miraba hacia mi asiento esperando repetir "compañero" de ida. De pronto entró una chica con una niña pequeña y empecé a rezar para que no me tocara al lado. Pero ya se sabe, basta que no quieras para que te ocurra. No tengo nada contra los niños, todo lo contrario, pero compartir menos de un metro cuadrado con ellos durante tres horas, es una tortura para ellos y para mí. En fin, se sentó a mi lado la madre y encima su niña, ya que hasta determinada edad no tienen asiento asignado. Calculé que la niña tendría unos dos años por tamaño y por como andaba y hablaba un poquito. Cual es mi sorpresa cuando la madre, para dormir a la criatura se saca el pecho y se lo enchufa a la niña. ¡Por Dios, qué tiene dientes! Me concentré en mi libro. Me sentía bastante incómoda la verdad. En ese momento hubiera dado cualquier cosa por un chupete. No me voy a meter con la edad en que hay que dejar de dar el pecho a los niños, yo no soy madre y no tengo ni idea, pero sí creo que no hace falta hacerlo públicamente en un tren con una extraña sentada a menos de diez centímetros. Un poco de pudor no hace daño a nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario