martes, 19 de febrero de 2013

Las apariencias engañan

El lunes cogí un tren a las ocho y veinte de la mañana rumbo a Barcelona. Me senté en mi asiento, ventanilla como siempre, y al momento llegó el que iba a ser mi compañero de viaje. Era un chico de unos treinta años, con sudadera de Abercrombie azul claro, pelo escaso y rapado y con ese tipo de barba que baja justo del bigote a la barbilla. Sacó su ordenador y me pareció que debía trabajar en diseño gráfico porque estaba probando diferentes fuentes para una marca. Mientras tanto iba "whasapeando" con su Iphone. Incluso, en algún momento se puso la capucha de la sudadera. En fin, que me pareció el típico progre pasota.  Cual es mi sorpresa cuando veo que se pone una película en el ordenador y no es otra que "Orgullo y Prejuicio". Me quedé atónita, ya le pega poco a un chico querer ver esa película, pero además que sea su propia elección para verla el solo... Pensé que a los diez minutos se cansaría y cambiaría, pero no, se la tragó entera. No me atreví a mirar si encima tenía una lagrimita porque la carcajada hubiera sido un poco cruel, pero me quedé con las ganas. No se puede juzgar por las apariencias porque la mayoría de las veces engañan.

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