domingo, 22 de julio de 2012

Réquiem por un cactus

Un amigo mío, hace unos meses, se compró un cactus. Pensó que es una planta que no necesita grandes cuidados y que puede sobrevivir perfectamente en una casa en Madrid con los cambios de temperatura que eso conlleva (calefacción a más de 50 grados en invierno y aire acondicionado a menos 50 en verano). El cactus no es que sea una de mis plantas favoritas, personalmente me parece que comprarte una cosa que pincha para decorar tu casa dice algo muy curioso sobre tu personalidad, pero a gustos colores y él se lo compró encantado, incluso en Navidad le colgó bolitas como si de un abeto se tratara. No le había preguntado más por el cactus ya que, en fin, no me había dado tiempo a cogerle cariño hasta que el sábado, en una comida, nos suelta que se ha muerto. Sí, sí, el cactus ha muerto. ¿Cómo? Pero si eso sobrevive en el desierto, es decir, ¡no había ni que preocuparse en regarlo! Pues sí, había dos pruebas irrefutables. Una era que uno de los brazos se había escuchimizado tanto que parecía una pasa de corinto y la otra, era un olor parecido al de un cadáver después de diez días. ¿Y qué hizo mi amigo con su cactus, con su compañero de piso de los últimos meses? Decidió que no podía llevarlo a un contenedor tal cual, así que como un asesino de película de terror, lo cortó a trocitos. Sí, sí a trocitos, ríete tú de "La matanza de Texas" y sus sierras eléctricas, al lado de mi amigo, unos aficionados. Ahora sólo espero que mi amigo haya sustituido el cuidado de las plantas por el de los sellos, libros o figuritas de cristal, cualquier cosa que no esté viva me vale.

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