Después de haber hecho o dicho alguna "maldad" llego a casa eufórica. Pensando: ¡Ja! ¿creías que podrías conmigo, eh? Me voy a dormir más feliz que nadie y me levanto rememorando el momento. Pero ¡ay! a medida que avanza el día, ese lado oscuro va volviendo a su recóndito rincón y "la fuerza" va tomando el control... La conciencia empieza a hacer preguntas y yo cada vez me voy haciendo más y más pequeñita y me voy sintiendo peor. Y durante varios días le doy vueltas al asunto y pienso: quizás, me pasé o espero que no le haya herido.
Por lo que creo que no me compensa unos minutos de desahogo por varios días de angustia. Es como los bombones: un minuto en el paladar y toda la vida en las caderas. He decidido enterrar mi lado oscuro para siempre. Aunque no prometo nada.
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