Así que salí con mi paraguas dispuesta a hacer de maruja. Aún no nevaba mucho así que llegué al supermercado con bastante dignidad. El problema vino al salir. Ya no nevaba, aquello era una ventisca. Además la nieve no cae recta de arriba a abajo sino en diagonal, por lo que en el camino a casa, mientras ahora giro una esquina, ahora cruzo, ahora espero el semáforo, cayeron algunos copos de nieve en mi recién planchada cabeza.
Me subí en el ascensor que tiene un espejo y una luz que te da un color a la cara como si un vampiro te hubiera chupado toda la sangre. Cuando me vi me quise morir. Ríete tú del león de la metro, yo era igualita sino fuera porque no rugía, y no por falta de ganas. Eso sí, tengo que agradecer a la providencia que fuera misericordiosa conmigo y al menos no me encontrara a nadie en el camino. Sólo el portero tuvo el honor de ver la transformación (yo creo que piensa que vivimos dos en mi casa, porque no pudo salir una más distinta de la que entró).
El martes no tuve más remedio que volver a la perfumería y comprarme un set completo nuevo para el pelo, pero esta vez de otra marca. Vamos a ver si hay alguna que no miente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario