Desde que somos pequeños nos hacen creer en los finales felices. Nos cuentan cuentos de hadas donde un príncipe maravilloso pasará por tu lado, te verá y ¡pam! amor verdadero de por vida. Si el príncipe anda un poco despistado siempre tendrás la ayuda de un hada madrina y la bruja, por más mala y maquiavélica que sea, siempre acaba perdiendo. Y eso te lo inculcan cuando eres más receptiva, dicen que el cerebro de un niño es como una esponja y esos finales felices te llegan hasta lo más profundo. Así que cuando llegas a una edad adulta resulta que para tu príncipe tu no eres su princesa, el hada madrina está de vacaciones y la bruja siempre gana llevándose al príncipe. En ese momento te quedas con cara de idiota pero llegan tus amigas y te dicen que ese no era el adecuado, que tu príncipe está por llegar, y tú vas y te lo vuelves a creer. ¿Para qué? Para que se repita la misma historia.
Hace tiempo empecé a escribir una historia, pero no encontraba el final feliz por ninguna parte. Era imposible que realmente eso pudiera acabar bien. Estuve dándole vueltas durante meses hasta que me rendí y dejé de escribirla porque para historias tristes ya tenemos el telediario todos los días. Ahora creo que voy a volver a ella pero va a ser real como la vida misma. Nada de cuentos con príncipes, princesas y hadas madrinas. Tampoco hay bruja, en esta hay un ogro.
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